Madrid, 16 de mayo de 2000
Testigos de Cristo en el nuevo milenio
Carta pastoral del Emmo. y Rvdmo. Sr. D. Antonio María Rouco Varela Cardenal Arzobispo de Madrid, en el día nacional del Apostolado Seglar y de la Acción Católica
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Con gran alegría nos acercamos a la culminación de este tiempo pascual con la Solemnidad de Pentecostés, el próximo 11 de junio. Después de la celebración de los misterios de la vida del Señor, la Iglesia se prepara para recibir el don del Espíritu, aquél que desde el comienzo del cristianismo acompaña y santifica el trabajo de los hijos de Dios.
Este año santo en el que celebramos los dos mil años de la Encarnación del Verbo y que es motivo de conversión personal y comunitaria y de fortalecimiento en el testimonio misionero para todos los cristianos, recordamos que "obra y gracia del Espíritu Santo fue el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, y obra y gracia suya será que ese misterio llegue a hacerse actual para nosotros a través de la Iglesia y podamos alcanzar hoy sus beneficios, en especial el fruto de la Evangelización: que el mundo crea (Jn 17, 21)"[1].
La conversión a la que nos está invitando la Iglesia a través de Juan Pablo II es obra del Espíritu Santo, que actúa en nuestros corazones haciéndonos descubrir la grandeza del amor de Dios. La liturgia de la Iglesia le suplica así: "Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero"[2]. El Espíritu nos ayuda a conocemos tal como somos a los ojos de Dios, con nuestras capacidades y actitudes, con nuestras miserias y contrastes. Este es el principio de la conversión en toda vida cristiana. Sin buscar excusas a nuestra debilidad, nos reconocemos ante Dios y ante la Iglesia como somos, confiando plenamente en la misericordia divina. No es el camino de la conversión el de la angustia y del miedo. Es un camino alegre, de continua superación y renovación interior, con la gracia y los dones del Espíritu divino. Por eso, pedimos que derrame su agua sobre nosotros, nos empape y nos lave; o su fuego que nos abrase en el amor de Dios; o su aliento que nos sostenga en el camino de la conversión hacia el Padre de Nuestro Señor Jesucristo.
Fruto maduro de la conversión personal es el deseo de dar a conocer a Jesucristo, camino, verdad y vida. El cristiano que ha tenido un encuentro personal con Cristo se convierte inmediatamente en apóstol y toma conciencia de que la misión es el fruto maduro de una fe viva, y no un esfuerzo aparte, añadido a la vida cotidiana. La vida cristiana no puede reducirse al cumplimiento personal de unos mandamientos y compromisos, que terminan siendo una carga pesada e incomprensible.
El seguimiento de Cristo es una verdadera historia personal de encuentro con el Señor, que, como nos recuerda el Santo Padre en la Carta Apostólica de preparación del Jubileo del año 2000, "es la religión del permanecer en el intimidad de Dios, de participar en su misma vida"[3]. De esa participación de la vida divina nace el convencimiento de la Iglesia y de cada uno de los que la formamos de que todos los hombres están invitados a encontrarse con Cristo. "Si Cristo es la Verdad, ha de ser anunciado a todos los hombres, de todos los pueblos y de todas las razas, hasta los confines del mundo; ha de ser presentado como criterio último, la regla por excelencia, con la que se debe discernir y valorar toda la existencia humana. Si Cristo es la Verdad, es también el Camino y la Vida para todo hombre que viene a este mundo. la Iglesia está llamada a trasmitir el don de la fe en toda su plenitud: a todo hombre y para todo hombre. Su vocación y su misión son universales[4].
El Espíritu Santo fortaleció a los apóstoles cuando más acobardados se encontraban. En el día de Pentecostés, Pedro y los demás apóstoles, llenos del Espíritu de Dios, "se pusieron a hablar en otras lenguas y todos les oían hablar en si¡ propia lengua las maravillas de Dios"[5].
Desde el inicio de su pontificado, Juan Pablo II nos anima a tomamos en serio la misión de la Iglesia, siendo conscientes de la responsabilidad que tenemos cada uno. Son palabras de viva actualidad que suenan en nuestros oídos como una seria llamada a ser evangelizadores: "Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso"[6].
Esta fiesta de Pentecostés está unida al día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. No debe extrañar que la Iglesia recuerde a los seglares en este día que "la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado"[7]. Con tal motivo, la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar ha elegido como lema para este año jubilar la frase: "Testigos de Cristo en el nuevo milenio". La misión de la Iglesia no es ocupación exclusiva de unos pocos, ni una tarea reservada a los sacerdotes, religiosos o religiosas, sino común a todos los bautizados que vivimos de la misma fe. También los laicos, insertos en el mundo, compartiendo con el resto de los hombres las ocupaciones de la vida social, política, cultural, económica y familiar, han recibido la vocación divina y el mandato del Señor Jesús: "Recibiréis el Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra"[8].
Nuestro Señor Jesucristo se ha servido de hermosas imágenes para describir la misión apostólica de los cristianos como luz del mundo[9], sal de la tierra[10] y levadura dentro de la masa[11]. En todas ellas se insiste en lo mismo: los cristianos, y más en concreto, los seglares, están insertos en el mundo con una verdadera vocación divina: la de realizar la santidad personal santificando la sociedad en la que viven. En uno de los primeros escritos cristianos, La carta a Diogneto, se compara a los bautizados con el alma respecto al cuerpo. ¡Somos el alma de la sociedad en la que nos ha tocado vivir!
Para realizar mejor su vocación los seglares, se unen con frecuencia en diferentes asociaciones de fieles de apostolado seglar. Los miembros de estas asociaciones se forman y ayudan mutuamente, asumiendo actividades apostólicas concretas para implantar el Evangelio en la sociedad. La Iglesia y los pastores recomendamos decididamente este tipo de asociaciones. La complejidad del mundo en el que los laicos realizan su vida y profesión, las dificultades e incomprensiones que sin duda encuentran para ser fieles a su vida apostólica, hacen muy necesarios estas asociaciones donde se comparte la vida y la fe, las experiencias apostólicas y los problemas. En el comienzo de un nuevo milenio cristiano, estos compromisos apostólicos deben dirigirse a la evangelización y humanización de una sociedad como la nuestra, en la que cada vez se valora más el tener frente al ser y la técnica frente a la persona. El testimonio decidido de los seglares apostólicos será siempre una llamada de atención a la conciencia de los hombres y una invitación a acoger la fe en Nuestro Señor Jesucristo.
La celebración anual del día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica debe ayudamos a todos a valorar y promocionar estas asociaciones: "Nuestras comunidades despertarán en el conjunto del laicado la conciencia de que el apostolado asociado es expresión y exigencia de la comunión y la misión de la Iglesia; les animarán a asociarse y facilitarán procesos adecuados para la inserción en pequeñas comunidades eclesiales, asociaciones y movimientos apostólicos"[12]. A los que trabajan en ellas les servirá para retomar con nuevos bríos sus diferentes compromisos y redescubrir la confianza que la Iglesia tiene depositada en ellos.
La Acción Católica, en su doble vertiente de general y especializada, tiene ya una larga historia de compromiso serio por implantar la Iglesia en la sociedad apoyando con sus iniciativas y actividades los planes pastorales de la Diócesis y de las parroquias donde trabajan y fomentando en los ambientes el crecimiento del Reino de Dios. En esta asociación "los laicos se asocian libremente de modo orgánico y estable, bajo el impulso del Espíritu Santo, en comunión con el obispo y con los sacerdotes, para poder servir, con fidelidad y laboriosidad, según el modo que es propio a su vocación y con un método particular, al incremento de toda la comunidad cristiana, a los proyectos pastorales y a la animación evangélica de todos los ámbitos de la vida"[13].
Al tiempo que aliento y bendigo a cuantos entregan sus vidas al servicio de la Iglesia en plena comunión con sus pastores, pongo a los pies de nuestra Señora de la Almudena todas estas asociaciones, sus empresas e inquietudes. Con su protección el Apostolado Seglar dará muchos frutos de santidad y de evangelización.
Os bendigo de corazón,
+ Antonio Mª Rouco Varela
Cardenal-Arzobispo de Madrid
NOTAS
[2] Secuencia de Pentecostés.
[3] Juan Pablo Il, Tertio Millennio Adveniente, n. 8.
[4] Mons. Rouco Varela, Evangelizar en la comunión de la Iglesia, n. 30.
[6] Juan Pablo II, Christifideles laici, n. 3.
[7] Concilio Vaticano II, Apostolicam Actuositalem, n. 2.
[12] Conferencia Episcopal Española, Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo, 96.
[13] JUAN PABLO II, Christifideles laici, n. 31
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